Este texto lo elaboré en 2023 para la asignatura de moral cuando estudiaba teología en la UESD.
¿Por qué el Señor hacía tantas preguntas en el Evangelio? ¿Por qué respondía a las preguntas con preguntas? ¿Qué quería provocar en sus interlocutores? Cuando los discípulos le preguntan si echar a las multitudes que venían a escucharle, Jesús preguntó que cuántos panes tenían1; cuando el maestro de la ley le pregunta que quién es su prójimo, Jesús preguntó lo mismo después de contarles una parábola2; cuando los fariseos le preguntan por qué quiebra las tradiciones, Jesús preguntó por romper con algo más elevado, el mandamiento de Dios.
Cuando el joven rico se presenta delante de él, se arrodilla con deferencia y le cuestiona, Jesús responde una vez más con una pregunta: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno?» (Mt 19, 17). Antes de responder, el Maestro quiere el joven se aclare con la pregunta que hace. ¿Por qué le pregunta a él, Jesús de Nazaret, por lo bueno? En la versión lucana el muchacho le llama maestro bueno y ya tiene la respuesta: se lo pregunta porque ha reconocido que él es el bueno.
Reconocer que Cristo es el Bien no es un movimiento de la razón ordinario. Para que el joven rico pudiese distinguir en aquel Maestro al Único Bueno -como después le dice Jesús-, le hace falta una disposición: la de la fe. Veritatis Splendor me ha parecido un documento iluminador, pero sobre todo interesante para entender que la fe es fundamento de la vida moral. El contenido de la vida moral es el seguimiento de Cristo3 y sin esa actitud la moral está vacía.
El presente trabajo pretende ahondar más en la fe como fundamento de la vida moral. Para ese propósito hay una novela que puede ser muy ilustrativa y ayudar a comprender la doctrina de Veritatis Splendor en este asunto. Es la Divina Comedia, escrita entre 1304 y 1331 por Dante Alighieri, en la que se narra la historia de un peregrino que camina por el Infierno, Purgatorio y Paraíso. Es una enseñanza filosófica, teológica, y en especial, moral. ¿Pueden mantener la Divina Comedia y Veritatis Splendor un diálogo? ¿Pueden iluminarse mutuamente?
1. Moral y vida eterna. «¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» (Mt 19, 16)
La encíclica Spe Salvi, a partir del número 10, amplía el contenido de la expresión cristiana de vida eterna, haciéndola también válida para la vida presente. Ya era algo planteado por Veritatis Splendor, que dice textualmente “cada bienaventuranza abre al hombre a la vida eterna y es la misma vida eterna”4. El deseo hondo del hombre es vivir la vida plena aquí y ahora.
Sin embargo, desde los albores de los tiempos, la humanidad tuvo la intuición de que la vida moral que se lleve en este mundo determinará la suerte en la vida después de la muerte. Por ejemplo, para los que creen en la reencarnación, cada uno adoptará una forma más o menos beneficiosa según la moralidad que haya vivido en la vida anterior. Para los cristianos, existirá un lugar de sufrimiento y otro de gozo, también determinado por la actitud que se haya llevado durante la vida.
La Divina Comedia, en lo que toca a su planteamiento moral, es bastante concreta, y obliga al lector a hacerse preguntas en relación su obrar y a las realidades últimas. La enseñanza para Dante solo podrá llevarse a cabo si pasa por el Infierno, Purgatorio y Paraíso, los tres novísimos para la Iglesia. Moral y vida eterna están trenzadas desde el planteamiento de la obra. La pregunta por el verdadero bien se presenta inseparablemente de su fin último5: ¿Lo que estoy haciendo ahora me llevará a la vida eterna? O más adecuadamente: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” Veritatis Splendor abre con el mismo planteamiento con el que lo hace la novela, porque solo cuando nuestro obrar señalan hacia el fin último de las cosas y son conforme a su verdad, se conoce el verdadero bien. Es uno de los temas fundamentales de la encíclica que quiero presentar enlazado a la idea de los cantos dantescos.
2. Elegir el verdadero bien. La estructura moral del Infierno y la elección deliberada del mal.
Puede parecer un atrevimiento afirmar que ciertas personas se encuentran en el Infierno. Dante comete la osadía de hacerlo porque su obra va más allá de ser una venganza personal contra los que le fallaron en vida. El Infierno de la Divina Comedia tiene una estructura moral curiosa para poder hablar del mal, y por contraste, sobre la elección del verdadero bien. A lo largo del Infierno el peregrino, guiado por Virgilio, va comprendiendo cuál es el núcleo del mal.
Dante va encontrándose con los pecadores, colocados por orden de gravedad de sus pecados. Se sorprende de que entre los primeros estén los lujuriosos (segundo círculo del infierno), los glotones (tercer círculo) y los avaros (cuarto círculo). A estos Alighieri los llama incontinentes6 y los sitúa fuera de la ciudad de Dite7, como estando condenados, pero expresando una diferencia respecto los que les siguen. Dentro del Infierno propiamente se situarán los herejes (círculo sexto), los que actuaron con violencia contra el prójimo, sí mismos y Dios (séptimo), los diez tipos de fraudulentos y mentirosos (octavo) y, en el noveno, los traidores.
Porque el joven rico reconoce en Jesús a un “maestro bueno” puede atreverse a hacer la pregunta. Hemos comenzado este trabajo diciendo que las personas somos atraídas por el bien. Sin embargo, no todos los bienes valen. Es más, hay bienes que son solo aparentes. No hay que olvidar que el primer pecado de la humanidad en el libro del Génesis se produjo cuando la mujer vio que el fruto era apetitoso. El mismo Aristóteles decía que hay bienes aparentes y otros convenientes. Más ampliamente, el cristianismo diferenciará entre los males que se presentan como un bien aparente y los verdaderos bienes, que remiten al último Bien.
Dante tiene más bien una concepción aristotélica de los pecados de incontinencia: cuando uno tiene ira, lujuria… ¿la tiene él, o estos pecados ‘le tienen’? Veritatis Splendor habla del ‘objeto del acto deliberado’ a partir del número 76, y pondera la intención y el objeto elegido racionalmente para determinar el acto de la moralidad. Para los incontinentes, su pecado ha sido caer en algo que les hacía confundir placer con bien. La traición, la herejía y el fraude implican una perversión de la persona que elige conscientemente el mal. La glotonería, la ira, la lujuria o la avaricia también son malas
(porque el objeto elegido se aleja del “único bueno”), pero no con la misma severidad que los otros pecados.
Por supuesto, todos los que habitan en estos círculos están condenados, porque han elegido el mal con mayor o menor consciencia. Identificar el bien es el primer paso de la vida moral, diferenciar el bien aparente del verdadero. Entender que mediante nuestra razón distinguimos lo bueno de lo malo8 gracias a la ley natural sitúa a la conciencia en un lugar comprometido. Veritatis Splendor consigue colocar a la conciencia en un lugar adecuado, lejos de posibles interpretaciones del Concilio. La conciencia ha de tener una percepción adecuada de la libertad y la ley para que su identidad9 no sea perturbada.
3. La fe, indispensable para la moral. La estructura moral del Purgatorio y la virtud.
El Purgatorio está lleno de almas que tienen que ser purificadas para llegar al cielo. Y, en esa purificación, es donde se desvela la verdad de las cosas. La verdad en Veritatis Splendor está constantemente relacionándose con el bien. Verdad y bien se encuentran cuando introducimos el concepto de fin último. La verdad y el bien se perciben y resplandecen cuando el fin último se reconoce en las cosas y se actúa conforme a ese fin último y definitivo.
Dante, al igual que se ha ido introduciendo en los círculos del Infierno y ha ido observando las consecuencias del mal, ahora camina por siete terrazas sufriendo observando a los penitentes. Los pecados capitales son purgados con un castigo relacionado con esa falta. El mal, que se presentaba como apetitoso, ahora se desvela en toda su verdad, y las penas hacen justicia a esa verdad: los perezosos no dejan de correr, los envidiosos tienen los ojos cosidos, los soberbios están pegados al suelo oprimidos por grandes pesos, los lujuriosos tienen que pasar por un gran fuego purificador…
¿De qué manera aprender a ver la “verdad” de las cosas? ¿Cómo acercarse al verdadero Bien cuando uno ha pecado? Los actos que los penitentes están obligados a hacer en el Purgatorio remiten a la vida de virtud. Cuando Dante entra en el Purgatorio un ángel le graba siete ‘P’ en la frente que tiene que ir borrándose según purga los pecados con la virtud contraria en las terrazas. En Veritatis Splendor 61 Juan Pablo II habla de la necesidad de asumir la responsabilidad del mal cometido y a vivir la virtud con ayuda de la gracia. Para caminar hacia el bien y la verdad -como ya decimos, unidos desde su raíz- hace falta la virtud. La diferencia entre valor y virtud es que mientras que el valor reconoce algo como valioso y contemplarlo, la virtud requiere su realización por parte del sujeto. Es aquí a donde quiero llegar: la vida en virtud es necesaria para la vida moral, y la virtud no puede existir sin Jesucristo. Es a lo que señala el papa en Veritatis Splendor 64 y es la invitación de Jesús al joven rico de “para ser perfecto… ven y sígueme”. Adherirse a la persona misma10 es la vida moral. Vivir como él vivió, que le imiten en el camino del amor11.
4. La imagen de Dios. La estructura moral del Paraíso y el bien.
En el Paraíso de Dante se condensan todas las figuras místicas y contemplativas de la historia. El peregrino ha llegado a un lugar distinto, los versos transmiten armonía, paz y simetría. En este lugar hay un orden, pero muy diferente a los dos anteriores. Los redimidos se colocan en nueve esferas concéntricas, según cómo vivieron la virtud de la que venimos hablando, y Dios se encuentra al final. La jerarquía ya no es por los pecados o por el estilo de las faltas, sino que se ordenan según la gracia acogida. “Ven y sígueme” es un seguimiento consciente y virtuoso, pero también una acogida de la gracia. Los rescatados que aquí moran en las primeras esferas son los que no consiguieron vivir la virtud en plenitud, pero que han heredado la vida eterna. A los que le faltó la virtud del coraje y abandonaron sus votos religiosos los coloca en la primera esfera, a los que les sobró ambición en la segunda, a quien les faltó la templanza en la tercera… y así hasta llegar a la novena esfera, donde está el Primer Móvil.
La sorpresa es que en Paraíso XXXIII, casi llegando al final del canto, entre los últimos tercetos encadenados, dice: “Aquel segundo círculo (…), en su interior, con su mismo color, dejaba ver el rostro nuestro humano: en él toda mi vista se sumía”12. Todo el camino que Dante ha hecho en la Divina Comedia ha sido para poder reconocer un rostro humano. ¿Pero de quién? Del más buscado en su peregrinación: Cristo.
La vida moral es el camino necesario para poder distinguir la figura del Hijo, el rostro del hijo. La vida de virtud se dirige al Bien porque Cristo, el virtuoso, tuvo la mirada más certera y más lúcida que pudo existir nunca sobre la tierra. El bien moral es reconocer la imagen y semejanza de Dios en las cosas (n. 41). Imagen y semejanza es una expresión que desde el primer número de la carta se le atribuye al hombre. Reconocer el bien es reconocer la imagen y semejanza en la creación, especialmente en el hombre. El punto de llegada estaba desde el principio. El título de la encíclica, El esplendor de la verdad, y la primera línea sintetiza lo que Dante encuentra en el paraíso:
“El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios”
Encuentra en la humanidad, en un rostro humano, a Dios. Encuentra a Jesús, lo universal en lo singular, la eternidad en lo contingente.
5. Conclusión. «Entonces, ¿quién puede salvarse?» (Mt 19, 25)
La salvación no está en la perfección moral, sino una voluntad abierta y entregada a Dios. La pregunta a la que intenta responder Veritatis Splendor, la pregunta del joven rico y la pregunta de los atónitos discípulos después de que él se vaya muy triste, se puede formular de otra manera para concluir:
¿Quién se salva, quién es más perfecto? ¿El hombre que es pecador y reconoce su error y reconoce a Cristo, o el que vive en una perfección moral sin fe? ¿Se puede vivir la moral sin fe?
El camino que recorre la encíclica señala una y otra vez que la moral es inseparable de la fe. Por eso el joven rico se va triste a casa (n.12; n. 22), porque a pesar de haber cumplido los mandamientos le falta vivir la vocación a la bienaventuranza, le falta “seguirle”. La Divina Comedia expone un planteamiento similar al de Juan Pablo II: el amor es la actividad de la voluntad, el amor está correctamente ordenado cuando la voluntad quiere en conformidad con el bien supremo, que indudablemente es Dios. Sin fe, no hay acercamiento al bien supremo posible, no hay caridad y no hay comunión con los hermanos. La libertad del hombre es para aceptar el bien (n. 35).
En este sentido hemos caminado a lo largo del trabajo. En el Infierno, se consigue diferenciar el bien del mal, con la consciencia de que para hacer esa distinción será necesario formar la conciencia en relación a la ley y la libertad. Porque de ninguna manera yo elaboro la verdad moral, sino que la verdad me tiene a mí. En el Purgatorio, aparece la fe como indispensable para la vida moral, que solo es capaz de nacer en el seguimiento que se nutre de la vida de virtud. Finalmente, en Paraíso, esta ‘fe necesaria para la vida moral’ adquiere todo su sentido cuando se comprende que la verdad resplandece cuando se reconoce la imagen y semejanza de Dios en sus criaturas. Sin fe es imposible comprender la huella de Dios y el designio sobre la verdad última de las cosas. Es imposible acceder a la verdad sin fe.
En definitiva, la moral siempre brota de la fe. El fundamento de la vida moral es el encuentro con Jesucristo, si no es un moralismo vacío. Solo se identifica el verdadero bien mediante la fe porque el Bien no es abstracto. No es una idea. No es una opción. Es Jesucristo. El esplendor de la verdad es el rostro humano de Jesucristo.
_________________
1 Mc 8, 5.
2 Lc 10, 36
3 Mt 19, 21; VS 19.
4 VS 16.
5 Veritatis Splendor n. 72
6 Infierno XI, v. 83
7 Dite es el nombre latino para el Hades
8 VS 42.
9 VS 52.
10 VS 19.
11 VS 20.
12 Paraíso XXXIII, línea 127.
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